No es
fácil —en literatura— encontrar
ejemplos tangibles que prueben alguna de las intuiciones que de vez
en cuando brotan quién sabe de dónde, y nos preguntamos si
realmente las palabras tienen más valor que estos atisbos de
conocimiento probablemente urdidos por nuestras mentes no conscientes
con datos que no sabemos que hemos recabado para confundirnos o
iluminarnos. Por supuesto, fuera de la literatura esto ocurre
exactamente de la misma manera, pero dado que ésta tiene la curiosa
capacidad de reflejar las propiedades y deformar las realidades de
todo lo demás —y de sí misma—, decir en
la literatura
es decir en todo,
y basta tratar el caso literario.
Por
otra parte, no podemos dejar de tener en cuenta que en reino de las
mil caras, donde todo se puede leer de infinitas maneras, vamos a
encontrar justificación a cualquier intuición verosímil que
propongamos, es decir, a cualquier cosa que digamos, y por lo tanto
el valor de todo lo dicho hasta ahora es nulo excepto como
vindicación de sí mismo.
Dicho
esto, ahora que he dejado claro de una manera elegante que esto que
voy a decir no es sino lo que me apetece y que ni siquiera yo tengo
por qué creérmelo, puedo comenzar (y el chocolate espeso, como reza
agotada la poética pedestre).
El
cuento que me ha impresionado hasta el punto de motivarme a escribir
estas líneas es Las
armas secretas,
contenido en el libro homónimo de Julio Cortázar y en el que
también hallamos El
perseguidor,
del que hay una reseña en este mismo blog, y la intuición que me ha
hecho recordar y que en el fondo lleva un tiempo paseándose por mis
adentros es la de que Cortázar es una cuerda tendida entre Edgar
Allan Poe y Bolaño.
No
creo ser el único que ha pensado esto. Las similitudes con Poe son
evidentes si uno se fija en la forma de describir y el magistral uso
de la primera persona; las que hay con Bolaño se justifican en el
hondo reflejo de la Nada que ambos —egoísta y cruelmente, sí—
nos plantan ante los ojos como una ventana cerrada o el único relato
de terror posible.
En
este cuento, en concreto, la metempsicosis desempeña un papel
fundamental y representa un nexo innegable con Poe, pero añadiéndole
como sazonador el hecho de que el autor se centra en la transición
del personaje hacia Otro, hacia la alienación total, con episodios
de extrañamiento y un manejo ejemplar de la estructura que recuerda
a Bolaño. Hay muchos otros datos que apoyan esta tesis pero en fin,
esa intuición queda esbozada y quien la comparta sabrá encontrar
las “pruebas” por sí solo. Sólo las bosquejaré, por lo tanto:
la progresión del protagonista hacia la locura nos recuerda a El
corazón delator
(¡traducido por Cortázar!), el monólogo interior que en algún
momento incluso roza el stream
of consciousness,
la archimboldiana actitud del protagonista ante el mundo, el golpe
final —que luego veremos si es tal, etcétera, etcétera.
No
obstante, ya que voy a ensuciar este rincón del ciberespacio ignoto,
prefiero centrarme en contradecirme a mí mismo, por más que me
duela (no el hecho de llevarme la contraria sino el de caer en la
dialéctica), pues en otra entrada afirmé que la principal ventaja
de la novela ante el cuento es que permite familiarizarse con los
personajes, y este relato en concreto presenta un contraejemplo
palmario a esa teoría (aunque sigo opinado que en
general es
cierta). Cortázar, mediante el desdoble de un personaje, logra la
empatía total con su angustia y su incomprensión en el momento
álgido de la transformación, cuando el personaje ya no es Pierre
pero tampoco es aquél en quien deviene, en el momento clave en que
no es nadie, porque cuando no tiene identidad es cuando cualquier
lector se puede identificar con él. La intromisión de su vida
anterior en la presente se puede representar así:
Siendo
el primer pico cuando empieza a repetirse mentalmente el nombre
Enghien,
el tercero cuando siente las hojas en la cara, el penúltimo cuando
cae de rodillas ante el espejo en la sala de Michèle y el último
cuando entra en la habitación de ésta. Por supuesto, lo he hecho de
manera muy poco meticulosa, en una gráfica más detallada
probablemente habría más picos y la progresión sería más suave.
Fijémonos en el sexto pico de la que yo he dibujado (¡son siete! Ha
sido involuntario. Recomendación: El
mágico número siete, más o menos dos.
George Miller), ahí es donde el personaje se sumerge en la nada para
que podamos violar su ficcionalidad con nuestros ojos y sentirnos él,
ahí es donde este relato de verdad resulta cautivador. Por supuesto,
sé bien que esto por sí solo no es capaz de lograr tamaño
objetivo, y por eso creo que escogió Cortázar una situación por la
que todos hemos pasado para retratar: la primera vez que nos
acostamos con una mujer concreta, con cada
mujer. ¿Sentiría una mujer la misma intensa sacudida que he sentido
yo al leer Las
armas secretas?
No me es dado saberlo y, sin embargo, imagino que no podría dejarse
arrastrar del todo por la inconmensurable marea que se lleva al
protagonista del
protagonista.
Para
terminar, quiero decir que aunque Cortázar afirmase que El
perseguidor
fue la narración que le llevó hasta su nueva literatura, hasta
Rayuela,
he llegado a la conclusión —mediante la rigurosa pregunta: ¿por
qué carajos no está El
perseguidor
cerrando el libro, si es la evolución hacia el siguiente?— de que
Las
armas secretas
es la transición perfecta, la maduración mediante la que Cortázar
pasa de ser Pierre a ser ese hombre que tiraría a la literatura
encima de una cama para violarla como
a una perra,
es decir, Rayuela
se escribirá desde el suelo, con la cabeza hundida en un puñado de
hojas secas.
Muy bueno, acabo de leer el libro y me gustó tu interpretación. Saludos
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe leído esta mañana "Las armas secretas" y he quedado absolutamente fascinada. Me encanta la analogía con Poe (era mi autor favorito durante la adolescencia, leía "el gato negro y otros cuentos de horror" sin parar), sin embargo no había caído en la identificación... me gusta mucho en general tu review.
ResponderEliminarY a tu pregunta sobre si una lectora (mujer) habría sentido esa "sacudida" que tú como lector (hombre), ha sentido, mi respuesta es que no creo que las cuestiones de género sean vinculantes. Con Pierre empatizo, el Otro me produce mucho extrañamiento y por eso precisamente, me arrastra, me engancha. Si hubiese notado que el argumento fue escrito como un producto que logra su total efectividad solo si es leído por un lector (hombre),no hubiera terminado la primera página.
buen review hasta esa gratuita analogia de la literatura con una mujer violada a proposito deq comparten genero y nada más, una forma desesperada de cerrar el texto con esa cita del otro y que no venía al caso, hablar de la violación como sinónimo de conquista literaria como si lo sucio de lo uno se pudiese en verdad parecerse a la hermosura de lo otro, estuvo bien hasta eso, por sobra.
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