De
aquello que no podemos hablar, debemos guardar silencio.
Último
aforismo del Tractatus logico-philosophicus;
Ludwig
Wittgenstein.
Desde
antiguo, el aforismo —ya
sea en forma de proverbio, de koan
budista o en cualquiera de sus otros aspectos—
ha ayudado a todo aquél que considerase que merecía la pena dedicar
parte de su tiempo a reflexionar sobre él devolviéndole, a cambio,
sabiduría. Recordemos, por ejemplo, la frase “el
signo no es aquello que es y es aquello que no es”,
que aparte de ser un aforismo en sí, sintetiza con bastante acierto
la idea de que a partir de un enunciado construido de acuerdo a
ciertas características y presumiblemente desde la sabiduría, se
puede extraer muchísima más información que de la suma de sus partes, e
ilustrar a la humanidad durante años, décadas o milenios como ha
hecho algún pasaje de La
Biblia.
Se podría aducir, claro, que cualquier frase si es tratada
exhaustivamente acabaría por escupir toda la multiplicidad de
significados que nos entrega el aforismo, máxime cuando algunos de
éstos aparecen cuando se los descontextualiza; sin embargo, esto no
es relevante en nuestra teoría. Ya sea porque las oraciones
contengan de forma inherente toda su significación, porque sean una
especie de prisma lingüístico o porque sea el receptor quien les
otorgue el sentido, es claro que hay enunciados que, aunque para
quien sostuviese ese argumento no tengan en sí todos los valores,
son más susceptibles de mostrarlos que otros.
El caso más extremo —dejando por ahora de lado a Girondo— que he
podido hallar es el de los koan
en meditación zen, frases cortas como “el aplauso de una
mano” que se le presentan al
aspirante a monje, sin aclararle siquiera la naturaleza de su
solución, pidiéndole que medite sobre ellas hasta que obtiene una
sabiduría que, creo, se supone trascendente de algún modo. Este
proceso puede durar años; a veces ni siquiera se desvela una de
estas frases en toda una vida.
El
propósito de toda esta explicación es doble: primero, me servirá más
tarde para abordar En la masmédula
y segundo, explica por qué voy a fundamentar todo mi trabajo a
partir de una cita de Stéphane Mallarmé:
La palabra vacía es una moneda cuyo cuño se ha borrado y los hombres se pasan de mano en mano en silencio (traducción de Leopoldo María Panero).
Una de las virtudes del último
libro de Girondo es, precisamente, su polifacetismo: puede ser leído
de muchas maneras y, así, también lo podemos abordar desde muchos
ángulos, el fonético, el rítmico, el gramatical, el léxico, el
métrico... y sin embargo, todos ellos están imbricados unos con
otros. En particular aquí se tratará la construcción de sentido,
pero no por ello se dejará de aludir a algunos detalles de los demás
planos.
Pero
volvamos a Mallarmé: desde los formalistas rusos, la reflexión
acerca del arte literario se ha visto angustiada, en mayor o menor
medida, por el automatismo: la palabra de cada día se va gastando,
pues en este complejísimo entramado humano que es la red social
moderna, cada vez que yo digo “doblar una esquina” erosiono, por
decirlo de alguna manera, ésta que en origen fuera una bella
metáfora y evito que en el futuro se aprecie tal belleza. Esto no lo
digo arbitrariamente, existen estudios e incluso modelos sistemáticos
de cómo toda la información generada en una estructura reticular se
va degradando lentamente en su difusión, incluso se conoce en qué
proporción, pero no ahondaré en este tema por no ser exclusivamente
concerniente a este trabajo. De todos modos, no es sólo eso lo que nos
atañe y así no es sólo eso lo que podemos inferir de la cita de
Mallarmé: cada vez que yo digo, por ejemplo, “silla”, estoy
eliminando un poco la silla “en sí” y sustituyéndola en
nuestros imaginarios por la imagen
de la silla, lo cual tampoco supone grandes problemas hasta que no
“desgastamos” conceptos como la muerte o el amor o el perfume de
una rosa, es decir, cubrimos la realidad con una suerte de película
de palabras que no nos permite abordarla y que el poeta tiene la
tarea de esquivar o incluso destruir.
Antiguamente
ya se intuía esto de una u otra manera; Quevedo, por ejemplo, sabía
—aunque no desarrollase todo el planteamiento anterior— que decir
“el amor” no es lo mismo que experimentarlo, y por ello ideaba
todo tipo de tretas conceptistas para llegar a lo que llamamos
amor, a imitar la sensación o acaso sólo rescatarla de la memoria
del lector. Pero como nos dijo Saussure, el signo lingüístico es
arbitrario y, por lo tanto, sólo podría rozar apenas aquellos
significados que tengan alguna relación con el sonido, mediante la
aliteración, por ejemplo, como en “un no sé qué que quedan
balbuciendo”. Por supuesto, no podemos olvidar el caligrama, forma
que ya cultivaban los árabes hace siglos (aunque fuera porque les
estaba prohibido representar la realidad directamente de forma
pictórica) y que hoy en día está bastante vigente.
Tras
un largo proceso de búsqueda para soslayar esa “cárcel de oro”
que es nuestro lenguaje llegamos en el S. XX a dos posturas extremas
y, a mi ver, diametralmente opuestas: la de Oliverio Girondo en En
la masmédula
y la de Nicanor Parra en Poemas
y antipoemas.
Aquí nos interesa sólo la primera. Dicho esto, podemos comenzar el
análisis del libro.
Utilizaré,
en el proceso, la imagen de un esqueleto, pues aparte de ser
eminentemente girondiana, expresa a la perfección la noción de
articulación que necesito. Por supuesto, no
quiero decir
que Girondo estuviese pensando en un esqueleto al componer su libro,
otras imágenes también me valdrían; simplemente he elegido la que
me ha parecido más precisa, pero conste que es tan válida como lo
sería, por ejemplo, la del sistema solar.
Bien,
imaginemos un esqueleto. En un libro de poemas bien articulado cada
fonema sería un huesecillo sin función per
se
que, en su unión con los otros, generaría grandes huesos como
palabras, por ejemplo el fémur o la clavícula, y en su
articulación,
el poema: cada poema sería un esqueleto. Así, se crea la estructura
siguiente, que nos recuerda de algún modo a la doble articulación
de Martinet:
Fonema (sin sdo.) → Palabra (con sdo.) → Verso (con sdo.) → Poema (con sdo.) → Libro (con sdo.)
Aclarando
que la última flecha no es necesaria, que sólo existe si el libro
está articulado, creo que puedo entender cualquier libro de poemas
que conozco mediante este esquema, ya sea de Artaud o de Miguel
Hernández, pasando por Yeats, Ezra Pound o Pizarnik, por ejemplo:
por muy distintos que sean estos cinco poetas, en todos se da esa estructura; no así en En
la masmédula.
En
el libro que nos ocupa, muy al contrario, Girondo decide comenzar la
construcción de sentido un nivel más arriba de lo normal, en la
palabra, que en su caso carece de significado (arpo, noctivozmusgo,
fosanoche...) intrínseco, aunque mediante la deconstrucción y
reconstrucción de otras palabras consiga que podamos decir que
noctivozmusgo = noche + voz + musgo, lo cual es cierto y a la vez
falso, luego veremos por qué. Otro sistema del que se sirve es el de
utilizar una palabra que parece que tiene un significado pero que no
es —que no puede ser— el que conocemos (su yo solo oscuro, las
tensas sondas hondas...), es decir, mediante oxímorones que van más
allá del oxímoron habitual y asociaciones gramaticales imposibles y
muy ambiguas nos
presenta palabras que, de tomarlas como las solemos entender, no
tienen sentido para nosotros.
Empecemos
por el tema de la ambigüedad: ¿qué quiero decir con muy ambiguas? Quiero decir que,
como decía Borges, la ley de la descripción o la definición es
referir lo desconocido a lo conocido, y así, cuando nos topamos con
un verso como “los
acordes abismos de los órganos sacros del”,
si intentamos analizarlo según una estructura chomskiana de árbol,
hallaremos que podemos construir muchos árboles distintos, para
empezar: ¿a qué se refiere abismos? ¿Es un sustantivo modificado
por acorde? ¿O es acorde un sustantivo modificado por abismos? En el
precipicio de la significación de Girondo, donde casi todo vale, no
podemos responder de forma unilateral esta pregunta: significa todas
esas cosas y, por lo tanto, ninguna de ellas.
Por supuesto, este análisis
sintético, aunque puede ser válido, necesita una expresión
analítica para afirmarse. La realizaré a continuación, desde la
unidad mínima hasta la mayor.
Para
empezar, en Girondo el fonema
no tiene significado, como en cualquier otro autor, pero la cuestión
es que la palabra,
construida por fonemas, tampoco lo tiene. Por supuesto, cuando digo
esto me apoyo en la ambigüedad que creo haber demostrado dos
párrafos más arriba y estoy obviando los nexos gramaticales
necesarios como “y” o algunas palabras que he podido comprobar
que forman un verso por sí mismas y truncan, de este modo, otros
tanto al nivel de la métrica como del significado. La palabra en En
la masmédula
se construye a partir de la deconstrucción y posterior
reconstrucción de nuestro lenguaje natural... ¡pero entonces sólo
logra la paráfrasis!, podría objetar alguien, y no sin razón,
pero Girondo llega mucho más allá: comprende cada palabra, en su
abstracción platónica (por crear un símil accesible, no creo que
Girondo se considerase platonista), la destruye quitándole, de algún modo, lo
accesorio, y la reconstruye junto a los núcleos de otras palabras,
pero en esta reconstrucción no crea una suma de las partes
anteriores (recordemos noctivozmusgo), pues el nuevo referente no
sólo no existe sino que además no podemos imaginarlo con una imagen
rápida y certera como si uno dijese “caballo con alas”. No, es
mucho más que eso, Girondo construye, por atrevida que parezca mi
afirmación, un nuevo significado, una suerte de metasignificado
que es la perfecta asociación de la
masmédula
de los significados de cada palabra y que, por ello mismo, no puedo
explicar sino sólo intuir. Si alguien me pregunta ¿qué es
noctivozmusgo? No puedo responder sino entendiéndolo en su verso,
pero lo genial es que ¡tampoco puedo decir qué significa
Noctivozmusgo
insomne / del yo más yo refluido a la gris ya desierta tan!,
pues aunque significa algo, si pudiese expresarlo en mis palabras,
sería parafraseable a la lengua natural cotidiana y entonces no
sería más que, en el fondo, eso, un poema cualquiera y, sin
embargo, cualquier lector con un cierto bagaje léxico que lea esos
dos versos va a intuir
algo que no va a poder explicar. Puede intentarlo, claro, pero debe,
por definición, fracasar. La única manera de explicar qué
significa sería construir otros dos versos distintos que remitiesen
al mismo metasignificado.
Sin embargo, estando éstos compuestos, a su vez, por las partes
esenciales de las antiguas palabras que el autor ha deconstruido, no
podrían sino ser ese mismo verso, pues cuando tratamos con esencias
damos por sentado que, a pesar de las similitudes que pueda haber,
cada una de ellas es única. De alguna manera, podemos afirmar que
cuando nosotros decimos que algo quiere
decir
otra cosa, estamos significando un concepto bien distinto del
girondiano que nos llevaría a que En
la masmédula
nada quiere decir
nada, sino que lo
dice.
Aunque no podemos decir qué dice, la cuestión es que dice algo, es decir que Girondo, mediante las técnicas acuñadas tras toda una vida dedicado a la poesía, nos lleva a un nivel de comprensión del que no podemos regresar con nuestras propias armas.
Entonces
será cuando surja el poema. Cuando leemos En la masmédula hallamos que cada uno de los poemas que lo componen tiene un metasignificado (sin cursiva a partir de ahora) distinto del de todos los demás. Por ejemplo, el primero es La mezcla, que puede referirse al principio constructor del libro, la mezcla de los significados últimos de nuestro lenguaje, interpretación por la que yo apostaría, o cualquier cosa que un lector pueda entender —intuir, más bien— ahí, no importa. Claro que las palabras "la" y "mezcla" en sí no podrían contener esta u otras ideas, por eso el poema necesita todos esos versos que el título lleva debajo, porque en la articulación de sus metasignificados es donde se puede explicar el mismo y el poema en su totalidad, y a la vez La mezcla es el título que da entidad a todos esos metasignificados articulados, de modo que no sería un ejercicio fútil leer primero los poemas de En la masmédula y luego sus títulos, pues así obtendríamos una especie de "nube de la metasignificación" en la lectura de cada poema, el resultado de todas esas intuiciones cruzadas, en nuestras mentes, y luego la concretaríamos en una forma determinada gracias a los títulos. Esa forma, de todos modos, tampoco sería parafraseable a nuestro lenguaje, obviamente.
A
partir de aquí, la construcción de la obra total, el libro,
no es demasiado complicada de entender. Los poemas se relacionan los
unos con los otros en los codos, las rodillas, los hombros, y dan el
objeto final, En
la masmédula
y, ¿qué quiere decir en
la masmédula?
Evidentemente, sólo puedo rozar el metasignificado, pero intentaré
explicar mi intuición. A partir de todo lo dicho y de la lectura
exhaustiva del libro puedo afirmar que en
la masmédula
quiere decir en el centro de todo, en el núcleo de lo decible, en el
significado último de cada palabra y de cada enunciado.
¿Cómo se llega ahí? Mediante la
mezcla,
por ejemplo. Y hay
que buscarlo.
Podríamos intentar decir qué significa cada título, qué
metasignifica, y tal vez lo haga en una ampliación futura de esta entrada. Y he aquí la última explicación de por qué
elegí la metáfora del esqueleto: creo que para Girondo, cada una de
las palabras (o no-palabras) que utiliza en su construcción del
metasignificado es como un martillazo en el hueso, como un golpe en
esa película que recubre la realidad nuestra de cada día, hasta
conseguir llegar a lo que hay más allá del hueso: no la médula,
sino la masmédula.
Es
de este modo que Girondo, según nuestra teoría, ha conseguido salir
del lenguaje a través del lenguaje, idea que también se puede
vincular con el pensamiento oriental, que muchas veces —en artes
marciales si se me permite el símil— propone, como decía el
maestro de Aikido Morihei Ueshiba, salir
de la forma a través de la forma.
Por supuesto, yo vincularía este anhelo, en cierto modo logrado y en
cierto modo no (pues en Girondo el metasignificado siempre
es una intuición) con el pensamiento occidental, en concreto con el
Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, que trata lo
decible
como una burbuja de la que hay que salir para poder explicar qué es,
pero sólo durante un instante, de forma intuitiva, y sólo el
filósofo.
En
conclusión, pues no puedo extenderme más, hemos demostrado (somera,
sí, pero holísticamente) que En
la masmédula
es un libro distinto a todo libro de poemas que conozcamos,
encumbramiento de toda una vida dedicada a las palabras y que culmina
en la destrucción de éstas y consecución y a la vez fracaso del
anhelo último de toda filosofía: capturar la esencia de la
realidad, lo que hay más allá de la percepción. Por todo esto, no
creo que sea descabellado calificar a Oliverio Girondo como lo que,
en mi opinión, fue: un genio cansado.
Gracias por este análisis. Es uno de los que más luz ha arrojado sobre el poemario de todos los que he leído. Si aún no has publicado la segunda parte anunciada, sobre la "nube de significación" de cada título de los poemas, te animo fervientemente a hacerlo; me encantaría leerlo :)
ResponderEliminarMuchísimas gracias. La verdad, me encantaría saber quién eres. Da gusto ver que hay gente que lee estas cosas :)
ResponderEliminar¡St. Boss! perdona, recién vuelvo a entrar al blog y acabo de ver tu comentario. Pues me llamo Laura y sí, me interesa mucho la literatura, y En la masmédula es uno de mis poemarios favoritos; sobre el que ahora estoy haciendo un estudio, por cierto. Así que más gusto me da a mí ver que hay más gente que escribe sobre esto ;)Aprovecho para felicitarte por el blog.
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