jueves, 13 de octubre de 2011

En la masmédula


De aquello que no podemos hablar, debemos guardar silencio.
Último aforismo del Tractatus logico-philosophicus;
Ludwig Wittgenstein.


Desde antiguo, el aforismo —ya sea en forma de proverbio, de koan budista o en cualquiera de sus otros aspectos— ha ayudado a todo aquél que considerase que merecía la pena dedicar parte de su tiempo a reflexionar sobre él devolviéndole, a cambio, sabiduría. Recordemos, por ejemplo, la frase “el signo no es aquello que es y es aquello que no es”, que aparte de ser un aforismo en sí, sintetiza con bastante acierto la idea de que a partir de un enunciado construido de acuerdo a ciertas características y presumiblemente desde la sabiduría, se puede extraer muchísima más información que de la suma de sus partes, e ilustrar a la humanidad durante años, décadas o milenios como ha hecho algún pasaje de La Biblia. Se podría aducir, claro, que cualquier frase si es tratada exhaustivamente acabaría por escupir toda la multiplicidad de significados que nos entrega el aforismo, máxime cuando algunos de éstos aparecen cuando se los descontextualiza; sin embargo, esto no es relevante en nuestra teoría. Ya sea porque las oraciones contengan de forma inherente toda su significación, porque sean una especie de prisma lingüístico o porque sea el receptor quien les otorgue el sentido, es claro que hay enunciados que, aunque para quien sostuviese ese argumento no tengan en sí todos los valores, son más susceptibles de mostrarlos que otros.

El caso más extremo —dejando por ahora de lado a Girondo— que he podido hallar es el de los koan en meditación zen, frases cortas como “el aplauso de una mano” que se le presentan al aspirante a monje, sin aclararle siquiera la naturaleza de su solución, pidiéndole que medite sobre ellas hasta que obtiene una sabiduría que, creo, se supone trascendente de algún modo. Este proceso puede durar años; a veces ni siquiera se desvela una de estas frases en toda una vida.

El propósito de toda esta explicación es doble: primero, me servirá más tarde para abordar En la masmédula y segundo, explica por qué voy a fundamentar todo mi trabajo a partir de una cita de Stéphane Mallarmé: 

La palabra vacía es una moneda cuyo cuño se ha borrado y los hombres se pasan de mano en mano en silencio (traducción de Leopoldo María Panero).

Una de las virtudes del último libro de Girondo es, precisamente, su polifacetismo: puede ser leído de muchas maneras y, así, también lo podemos abordar desde muchos ángulos, el fonético, el rítmico, el gramatical, el léxico, el métrico... y sin embargo, todos ellos están imbricados unos con otros. En particular aquí se tratará la construcción de sentido, pero no por ello se dejará de aludir a algunos detalles de los demás planos.

Pero volvamos a Mallarmé: desde los formalistas rusos, la reflexión acerca del arte literario se ha visto angustiada, en mayor o menor medida, por el automatismo: la palabra de cada día se va gastando, pues en este complejísimo entramado humano que es la red social moderna, cada vez que yo digo “doblar una esquina” erosiono, por decirlo de alguna manera, ésta que en origen fuera una bella metáfora y evito que en el futuro se aprecie tal belleza. Esto no lo digo arbitrariamente, existen estudios e incluso modelos sistemáticos de cómo toda la información generada en una estructura reticular se va degradando lentamente en su difusión, incluso se conoce en qué proporción, pero no ahondaré en este tema por no ser exclusivamente concerniente a este trabajo. De todos modos, no es sólo eso lo que nos atañe y así no es sólo eso lo que podemos inferir de la cita de Mallarmé: cada vez que yo digo, por ejemplo, “silla”, estoy eliminando un poco la silla “en sí” y sustituyéndola en nuestros imaginarios por la imagen de la silla, lo cual tampoco supone grandes problemas hasta que no “desgastamos” conceptos como la muerte o el amor o el perfume de una rosa, es decir, cubrimos la realidad con una suerte de película de palabras que no nos permite abordarla y que el poeta tiene la tarea de esquivar o incluso destruir.

Antiguamente ya se intuía esto de una u otra manera; Quevedo, por ejemplo, sabía —aunque no desarrollase todo el planteamiento anterior— que decir “el amor” no es lo mismo que experimentarlo, y por ello ideaba todo tipo de tretas conceptistas para llegar a lo que llamamos amor, a imitar la sensación o acaso sólo rescatarla de la memoria del lector. Pero como nos dijo Saussure, el signo lingüístico es arbitrario y, por lo tanto, sólo podría rozar apenas aquellos significados que tengan alguna relación con el sonido, mediante la aliteración, por ejemplo, como en “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Por supuesto, no podemos olvidar el caligrama, forma que ya cultivaban los árabes hace siglos (aunque fuera porque les estaba prohibido representar la realidad directamente de forma pictórica) y que hoy en día está bastante vigente.

Tras un largo proceso de búsqueda para soslayar esa “cárcel de oro” que es nuestro lenguaje llegamos en el S. XX a dos posturas extremas y, a mi ver, diametralmente opuestas: la de Oliverio Girondo en En la masmédula y la de Nicanor Parra en Poemas y antipoemas. Aquí nos interesa sólo la primera. Dicho esto, podemos comenzar el análisis del libro.

Utilizaré, en el proceso, la imagen de un esqueleto, pues aparte de ser eminentemente girondiana, expresa a la perfección la noción de articulación que necesito. Por supuesto, no quiero decir que Girondo estuviese pensando en un esqueleto al componer su libro, otras imágenes también me valdrían; simplemente he elegido la que me ha parecido más precisa, pero conste que es tan válida como lo sería, por ejemplo, la del sistema solar.

Bien, imaginemos un esqueleto. En un libro de poemas bien articulado cada fonema sería un huesecillo sin función per se que, en su unión con los otros, generaría grandes huesos como palabras, por ejemplo el fémur o la clavícula, y en su articulación, el poema: cada poema sería un esqueleto. Así, se crea la estructura siguiente, que nos recuerda de algún modo a la doble articulación de Martinet:

Fonema (sin sdo.) → Palabra (con sdo.) → Verso (con sdo.) → Poema (con sdo.) → Libro (con sdo.)

Aclarando que la última flecha no es necesaria, que sólo existe si el libro está articulado, creo que puedo entender cualquier libro de poemas que conozco mediante este esquema, ya sea de Artaud o de Miguel Hernández, pasando por Yeats, Ezra Pound o Pizarnik, por ejemplo: por muy distintos que sean estos cinco poetas, en todos se da esa estructura; no así en En la masmédula.

En el libro que nos ocupa, muy al contrario, Girondo decide comenzar la construcción de sentido un nivel más arriba de lo normal, en la palabra, que en su caso carece de significado (arpo, noctivozmusgo, fosanoche...) intrínseco, aunque mediante la deconstrucción y reconstrucción de otras palabras consiga que podamos decir que noctivozmusgo = noche + voz + musgo, lo cual es cierto y a la vez falso, luego veremos por qué. Otro sistema del que se sirve es el de utilizar una palabra que parece que tiene un significado pero que no es —que no puede ser— el que conocemos (su yo solo oscuro, las tensas sondas hondas...), es decir, mediante oxímorones que van más allá del oxímoron habitual y asociaciones gramaticales imposibles y muy ambiguas nos presenta palabras que, de tomarlas como las solemos entender, no tienen sentido para nosotros.

Empecemos por el tema de la ambigüedad: ¿qué quiero decir con muy ambiguas? Quiero decir que, como decía Borges, la ley de la descripción o la definición es referir lo desconocido a lo conocido, y así, cuando nos topamos con un verso como “los acordes abismos de los órganos sacros del”, si intentamos analizarlo según una estructura chomskiana de árbol, hallaremos que podemos construir muchos árboles distintos, para empezar: ¿a qué se refiere abismos? ¿Es un sustantivo modificado por acorde? ¿O es acorde un sustantivo modificado por abismos? En el precipicio de la significación de Girondo, donde casi todo vale, no podemos responder de forma unilateral esta pregunta: significa todas esas cosas y, por lo tanto, ninguna de ellas.

Por supuesto, este análisis sintético, aunque puede ser válido, necesita una expresión analítica para afirmarse. La realizaré a continuación, desde la unidad mínima hasta la mayor.
Para empezar, en Girondo el fonema no tiene significado, como en cualquier otro autor, pero la cuestión es que la palabra, construida por fonemas, tampoco lo tiene. Por supuesto, cuando digo esto me apoyo en la ambigüedad que creo haber demostrado dos párrafos más arriba y estoy obviando los nexos gramaticales necesarios como “y” o algunas palabras que he podido comprobar que forman un verso por sí mismas y truncan, de este modo, otros tanto al nivel de la métrica como del significado. La palabra en En la masmédula se construye a partir de la deconstrucción y posterior reconstrucción de nuestro lenguaje natural... ¡pero entonces sólo logra la paráfrasis!, podría objetar alguien, y no sin razón, pero Girondo llega mucho más allá: comprende cada palabra, en su abstracción platónica (por crear un símil accesible, no creo que Girondo se considerase platonista), la destruye quitándole, de algún modo, lo accesorio, y la reconstruye junto a los núcleos de otras palabras, pero en esta reconstrucción no crea una suma de las partes anteriores (recordemos noctivozmusgo), pues el nuevo referente no sólo no existe sino que además no podemos imaginarlo con una imagen rápida y certera como si uno dijese “caballo con alas”. No, es mucho más que eso, Girondo construye, por atrevida que parezca mi afirmación, un nuevo significado, una suerte de metasignificado que es la perfecta asociación de la masmédula de los significados de cada palabra y que, por ello mismo, no puedo explicar sino sólo intuir. Si alguien me pregunta ¿qué es noctivozmusgo? No puedo responder sino entendiéndolo en su verso, pero lo genial es que ¡tampoco puedo decir qué significa Noctivozmusgo insomne / del yo más yo refluido a la gris ya desierta tan!, pues aunque significa algo, si pudiese expresarlo en mis palabras, sería parafraseable a la lengua natural cotidiana y entonces no sería más que, en el fondo, eso, un poema cualquiera y, sin embargo, cualquier lector con un cierto bagaje léxico que lea esos dos versos va a intuir algo que no va a poder explicar. Puede intentarlo, claro, pero debe, por definición, fracasar. La única manera de explicar qué significa sería construir otros dos versos distintos que remitiesen al mismo metasignificado. Sin embargo, estando éstos compuestos, a su vez, por las partes esenciales de las antiguas palabras que el autor ha deconstruido, no podrían sino ser ese mismo verso, pues cuando tratamos con esencias damos por sentado que, a pesar de las similitudes que pueda haber, cada una de ellas es única. De alguna manera, podemos afirmar que cuando nosotros decimos que algo quiere decir otra cosa, estamos significando un concepto bien distinto del girondiano que nos llevaría a que En la masmédula nada quiere decir nada, sino que lo dice. Aunque no podemos decir qué dice, la cuestión es que dice algo, es decir que Girondo, mediante las técnicas acuñadas tras toda una vida dedicado a la poesía, nos lleva a un nivel de comprensión del que no podemos regresar con nuestras propias armas.

Entonces será cuando surja el poema. Cuando leemos En la masmédula hallamos que cada uno de los poemas que lo componen tiene un metasignificado (sin cursiva a partir de ahora) distinto del de todos los demás. Por ejemplo, el primero es La mezcla, que puede referirse al principio constructor del libro, la mezcla de los significados últimos de nuestro lenguaje, interpretación por la que yo apostaría, o cualquier cosa que un lector pueda entender —intuir, más bien— ahí, no importa. Claro que las palabras "la" y "mezcla" en sí no podrían contener esta u otras ideas, por eso el poema necesita todos esos versos que el título lleva debajo, porque en la articulación de sus metasignificados es donde se puede explicar el mismo y el poema en su totalidad, y a la vez La mezcla es el título que da entidad a todos esos metasignificados articulados, de modo que no sería un ejercicio fútil leer primero los poemas de En la masmédula y luego sus títulos, pues así obtendríamos una especie de "nube de la metasignificación" en la lectura de cada poema, el resultado de todas esas intuiciones cruzadas, en nuestras mentes, y luego la concretaríamos en una forma determinada gracias a los títulos. Esa forma, de todos modos, tampoco sería parafraseable a nuestro lenguaje, obviamente.

A partir de aquí, la construcción de la obra total, el libro, no es demasiado complicada de entender. Los poemas se relacionan los unos con los otros en los codos, las rodillas, los hombros, y dan el objeto final, En la masmédula y, ¿qué quiere decir en la masmédula? Evidentemente, sólo puedo rozar el metasignificado, pero intentaré explicar mi intuición. A partir de todo lo dicho y de la lectura exhaustiva del libro puedo afirmar que en la masmédula quiere decir en el centro de todo, en el núcleo de lo decible, en el significado último de cada palabra y de cada enunciado. ¿Cómo se llega ahí? Mediante la mezcla, por ejemplo. Y hay que buscarlo. Podríamos intentar decir qué significa cada título, qué metasignifica, y tal vez lo haga en una ampliación futura de esta entrada. Y he aquí la última explicación de por qué elegí la metáfora del esqueleto: creo que para Girondo, cada una de las palabras (o no-palabras) que utiliza en su construcción del metasignificado es como un martillazo en el hueso, como un golpe en esa película que recubre la realidad nuestra de cada día, hasta conseguir llegar a lo que hay más allá del hueso: no la médula, sino la masmédula.

Es de este modo que Girondo, según nuestra teoría, ha conseguido salir del lenguaje a través del lenguaje, idea que también se puede vincular con el pensamiento oriental, que muchas veces —en artes marciales si se me permite el símil— propone, como decía el maestro de Aikido Morihei Ueshiba, salir de la forma a través de la forma. Por supuesto, yo vincularía este anhelo, en cierto modo logrado y en cierto modo no (pues en Girondo el metasignificado siempre es una intuición) con el pensamiento occidental, en concreto con el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, que trata lo decible como una burbuja de la que hay que salir para poder explicar qué es, pero sólo durante un instante, de forma intuitiva, y sólo el filósofo.

En conclusión, pues no puedo extenderme más, hemos demostrado (somera, sí, pero holísticamente) que En la masmédula es un libro distinto a todo libro de poemas que conozcamos, encumbramiento de toda una vida dedicada a las palabras y que culmina en la destrucción de éstas y consecución y a la vez fracaso del anhelo último de toda filosofía: capturar la esencia de la realidad, lo que hay más allá de la percepción. Por todo esto, no creo que sea descabellado calificar a Oliverio Girondo como lo que, en mi opinión, fue: un genio cansado.

3 comentarios:

  1. Gracias por este análisis. Es uno de los que más luz ha arrojado sobre el poemario de todos los que he leído. Si aún no has publicado la segunda parte anunciada, sobre la "nube de significación" de cada título de los poemas, te animo fervientemente a hacerlo; me encantaría leerlo :)

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias. La verdad, me encantaría saber quién eres. Da gusto ver que hay gente que lee estas cosas :)

    ResponderEliminar
  3. ¡St. Boss! perdona, recién vuelvo a entrar al blog y acabo de ver tu comentario. Pues me llamo Laura y sí, me interesa mucho la literatura, y En la masmédula es uno de mis poemarios favoritos; sobre el que ahora estoy haciendo un estudio, por cierto. Así que más gusto me da a mí ver que hay más gente que escribe sobre esto ;)Aprovecho para felicitarte por el blog.

    ResponderEliminar