martes, 17 de diciembre de 2013

[Mario Levrero]: [El lugar]

Nota preliminar: esto no es un análisis sino una reseña. Es por eso que desvelo ciertos detalles de la trama. Sin embargo, al tratarse de una novela en la que la historia es lo de menos, no creo que haga daño a nadie. El último párrafo, no obstante, contiene mi interpretación del libro, así que quizá sea recomendable omitirlo si éste aún no se ha leído.

Tal vez alguien se sorprenda porque ayer mismo reseñase París y hoy vuelva a la carga con El lugar. La razón es sencilla: Mario Levrero es fascinante, inquietante y secreto. Uno acaba sus libros y se pregunta "¿ya?" mientras mira atónito el número de página: 159. ¿Cómo he llegado hasta aquí?

La pregunta es más que pertinente y es con la que comienza este libro de Levrero: un hombre se despierta en una habitación oscura y no recuerda nada. Un clásico. Poco a poco, empieza a avanzar por cientos de estancias similares pero distintas, algunas de ellas pobladas por extraños humanos que hablan una lengua incomprensible. Levrero, claro, no explica nada, pero uno puede imaginar que tal vez fueron antecesores del protagonista que se quedaron a vivir en el laberinto y terminaron por olvidar cualquier idioma conocido.

Sin embargo, la novela sigue, y en un momento dado el protagonista sale al aire libre (y no "del laberinto", como he leído en un blog) y encuentra gente que habla su idioma. Sin embargo, esto no le reconforta.

A mi ver, El lugar es una novela en la que se trata la dualidad entre el hombre y el escritor que lo habita. El hombre se plantea quedarse en las habitaciones del principio a vivir, pero el escritor le obliga a seguir a delante, a indagar. El hombre se plantea quedarse con Alicia y con su hijo impuesto a vivir en un rancho que tiene todo lo que hace falta para ser feliz, pero el escritor sigue y sigue adelante. Y al final vuelve a su vida normal, pero ya no es el mismo. Cuando la literatura nos besa, la realidad parece pobre, y así es como el personaje halla su casa cuando al fin vuelve a ella: húmeda, gris, y semiderruída. Y es entonces, y sólo entonces, cuando se da cuenta de que quiere seguir viviendo en el laberinto de la ficción, explorando cada puerta que dejó sin abrir. Y entonces hace lo único que queda por hacer: escribe.

Munir

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