viernes, 4 de enero de 2013

Semblanza borrosa de la joven y vieja poesía española y de otras partes: capítulo uno

¡Canallas!... ¡Todos!... 
¡Y los primeros nosotros, los poetas!
Max Estrella.

Es mejor ver cosas que hacer cosas.
Homer J. Simpson.

Las bocas de los poetas son cobardes.
En toda mi vida, jamás he visto a un poeta que se acercase a otro para decirle ese poema que acabas de leer es lo peor que ha perturbado la quietud de mis oídos

o la única razón de que no me limpiase el culo con tu cuento fue que no me apetecía imprimirlo o me he dedicado a liarme cigarrillos con tu libro y creo que eso le ha dado más dignidad de la que de otra manera jamás habría llegado a tener. De hecho, he escrito textos con la sola intención de que alguien me insultase, que me pegase o al menos que me mordiese. Pero nada.
A los poetas se les escapan los dientes por las puntas de los dedos.

Con la política pasa algo parecido. Conozco a pocos poetas que no se consideren a sí mismos rebeldes o revolucionarios. Y que conste que cuando digo poetas quiero decir, en realidad, escritores, y que lo de “rebeldes o revolucionarios” incluye a aquellos que creen que hoy en día la revolución consiste en ser un conformista anestesiado al más puro estilo de Gregorio Sánchez Dragó.
También hay alguno que milita en algún partido político o hasta ejerce una amarga autocrítica de su —nuestro— estatismo. Pero jamás vi a uno solo que atacase a viva voz las ideas de otro en su presencia o le reprochase al verle algún comportamiento que, quizás durante esa misma noche, él mismo había criticado en alguno de los poemas que recitó; no, ni siquiera aquellos que escriben los poemas de estilo más agresivo (por no decir psicópata), los que parece que van a estallar de rabia en cualquier momento porque han visto en las noticias —en cuya información, claro, no confían— que el nivel del mar ha subido 1,38 centímetros en una región del globo que ellos jamás pisarán, una región del globo en la que tal vez incluso sea normal esa subida del nivel del mar en esta época del año o de la glaciación, no, ni siquiera ellos, cruzados de la justicia social y el medio ambiente, son capaces de articular una sola palabra de reproche cuando se enteran de que un amigo suyo coge todos los días el coche para ir a trabajar.
Y sin embargo, se nos derrama la tinta incendiada en palabras de destrucción.
  Todos somos los Rambos de la poesía.
  O quizás más bien somos los James Bond de la poesía y lo que ocurre es que nos gusta mucho nuestro peinado o nuestra boca y no queremos que nos salten toda la dentadura de una hostia.

Aunque en el fondo es lógico. En el fondo tal vez somos poetas porque nos gusta más decir cosas que hacerlas y hablar es mucho más activo que el simple hecho de escribir. Quizás, cuando Bolaño decía que para asaltar el banco más seguro de Europa eligiría a cinco poetas lo que quería decir en realidad era que si tuviera que escribir el asalto al banco más seguro de Europa eligiría a cinco poetas. O a lo mejor es que antes a los poetas los entrenaba el Mossad, pero desde luego si yo tuviese que asaltar el banco más seguro de Europa no elegiría a cinco poetas ni borracho. Y si los eligiese, serían cinco poetas drogadictos, de los que ya quedan pocos, y no poetas de esos que pululan por Lavapiés (aunque alguno hay que tiene pinta de atracador). A lo mejor es que antes a los poetas incluso les importaba un poco lo que hacían o al menos lo que decían. Aunque, la verdad, leyendo a Neruda o a García Márquez uno no puede dejar de pensar que lo único que les importaba era la cantidad de dólares o felaciones que iban a obtener a cambio de sus manuscritos. Si pienso en Las Yeguas del Apocalipsis llego a una conclusión parecida, y sin embargo en ese caso sí que siento algún respeto.
¿De verdad no somos capaces —robándole el recurso estilístico a Pablo Cortina— de decir “en mi opinión, eso que has recitado es una bazofia tan grande que nadie debería volver a escribir nada en español”? ¿Ni siquiera así, relativizándolo?

Dicen que el Gran Leo Zelada en una ocasión se levantó en medio de una conferencia de Houllebecq y se puso a enumerar todos los defectos que —en Su Opinión, claro— tenía la literatura del pobre tipo y, para rematar, terminó diciéndole que por eso Bolaño fue mucho mejor escritor que él. El asunto es absolutamente genial. Aunque en realidad, cuando he escrito 'dicen' lo que en realidad tenía que haber puesto es 'dice', porque jamás he oído a nadie —aparte de Él— hablando del tema o siquiera mostrando el más mínimo interés al respecto. En realidad, ni siquiera he oído a Leo Zelada, sino que le he leído, y tal vez toda la historia no sea más que una enorme patraña, pero como en el fondo de lo que aquí estamos hablando es de la confianza que los poetas tenemos en la dimensión conciliadora de la ficción y en lo inseparables que son ésta y la escritura, tampoco creo que importe mucho, ¿no?
  Yo, personalmente, ni siquiera sé quién carajo es ese tal Houllebecq (de hecho, ni siquiera estoy seguro de que se escriba así). Apenas su nombre y que es francés (me parece). Por eso, no me parece un buen escritor. Ni malo. De hecho, no me parece un escritor, sino tan sólo un apellido. El apellido de un francés. Y, aunque es cierto que los franceses no me podrían caer peor, he de reconocer que tal vez eso se deba a que soy español, así que intentaré no juzgar a Houllebecq por ser francés (cosa que, por otra parte, tal vez ni siquiera sea culpa suya). Sí diré, en cambio, que me parece un apellido de una originalidad brillante; no conozco a nadie más que se apellide así. Claro que me suena que el tipo se llamaba Michel, que además de un nombre de lo más común, era el que llevó —hasta donde yo sé durante toda su vida— Foucault. Y de Foucault, bien que mal, uno no puede decir que fuese un tipo muy simpático. Por eso —concluiré—, no puedo dejar de pensar que Michel Houllebecq (o como se llame) es un tipo original pero un tanto amargo, con un leve dejo de neocolonialismo inconsciente y tal vez alguna tendencia homosexual. Pero claro, ésa es, ciertamiente, mi opinión; a lo mejor el pobre hombre ni siquiera se llame así sino Jorge Luis y sea un pobrecito anciano invidente.
En fin, a lo que iba, que en realidad Houllebecq y el Gran Leo Zelada jamás han sido amigos ni nada parecido y a lo que éste estaba atacando no era una persona sino toda una institución literaria, es decir, que los poetas ya no damos ni espanto, y quizás nunca lo llegamos a dar, aunque he oído una historia de un tipo que perdió una mano a raíz de un asunto relacionado con la literatura, o algo así. Pero bueno, en el fondo eso es algo que me han contado, así que mejor no hacer mucho caso. Vale.

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