jueves, 20 de octubre de 2011

Los suicidas

Antonio di Benedetto fue un escritor y periodista —y de seguro, muchas otras cosas más— argentino del que, sin ninguna duda y tras haber leído una sola de sus novelas, puedo afirmar que hoy no goza de la fama que su calidad literaria merece, máxime cuando no es un autor especialmente difícil de leer y ha sido llevado en varias ocasiones a la gran pantalla.


Los suicidas es, al contrario de lo que pueda parecer, una novela profundamente optimista. Abre con una cita de Camús, todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez, invitando al lector a formar parte del libro pero, por supuesto, muy lejos de pretender predicar una doctrina, como no podría ser de otra manera en un gran escritor. A través de esta breve reseña intentaré fundamentar mi posición: ¿a qué me refiero con optimista?  Para empezar, el protagonista, un tipo que sorprende por su frialdad y, a veces, incapacidad de empatizar y que vive en la novela como en una cuenta atrás hasta —o hacia— cumplir los 33 años, edad a la que su padre se suicidó, presenta una especie de obsesión con el suicidio, y es un suicida potencial —aunque no sabremos si lo es de hecho hasta el final de la novela— cuya mentalidad el autor explora haciendo que la comprendamos, queramos o no. Esta suerte de identificación se solidifica gracias a otras tretas literarias como la inclusión de notas provenientes de una mujer que maneja una base de datos —Bibi— hablando de otros suicidios o ilustrando al lector con algunos datos interesantes y, lo más importante, reales, pues aportan una exquisita verosimilitud a la novela que no se rompe en ningún momento. El texto abre hablando de unas fotografías en las que unos suicidas muestran un semblante que es mezcla de horror y placer, con lo que di Benedetto ya nos adelanta que en él no vamos a encontrar ninguna condena o apología al suicidio y, además, nos encharca los sentidos a través de la abulia que muestra el personaje y de su propia falta de juicio moral ante un tema que, en la gran mayoría de los casos, está fuertemente condenado, pero, al no elogiarlo tampoco, nos transmite con mucha fuerza esa sensación de indiferencia ante la vida de la que ya hablé en la entrada referente a Una novelita lumpen1. Además, los personajes que se suponen importantes en la vida del protagonista no son más que trazas, breves esbozos de seres humanos que apenas parecen importarle y que, en la mayoría de los casos, sufren por su culpa, como su hermano, su sobrina, su madre, las mujeres con las que coquetea, Julia, etc., lo cual aporta bastante a la sensación de irrealidad que lo rodea y a la aparente banalización del suicidio. Por supuesto, digo aparente porque el personaje parece despertar ante un contacto cercano a la muerte cuando su hermano entra en crisis y acaba en el hospital, a partir de lo cual recuerda que le quiere, y mantienen una conversación acerca de las experiencias vividas en la niñez, es decir, no es que no pueda sentir sino tal vez que no puede expresarlo, que no puede mandar señales para que lo salven como hace Adriana Pizarro: debe salvarse él solo.


Otro rasgo notorio es el ritmo de la novela. Frases cortas que golpean al lector. Conversaciones esbozadas. Notas breves sobre suicidios. Consideraciones profundas planteadas en seis palabras. Este ritmo perdura durante las ciento veinte páginas. Es monótono. Es monocorde. Y transmite cansancio. Un cansancio profundo.


Entonces, ¿por qué optimista? La clave está en la misma novela, porque vivimos a pesar de la abulia, de la incomprensión, de que a nuestro alrededor la gente se suicide, del horror, de la impotencia y del cansancio, no importa: vivimos igual. Y por eso, di Benedetto nos transmite la sensación de que somos héroes por conseguir sobrevivir en semejante mundo. Por ese mero hecho, merecemos su homenaje, signifique esto algo o no, y esta novela para mí es eso, un regalo para todos aquellos que, día a día, seguimos aguantando los golpes y el cansancio del mundo en que vivimos.


Para terminar, una breve nota acerca del final de la novela. El protagonista termina desnudo, como en su sueño, es decir, al fin y al cabo sí se cumple una profecía el día del aniversario de la muerte de su padre, aunque no exactamente la que él esperaba. Así se nace. Su sueño se ha hecho realidad —anda desnudo— y él ha vuelto a nacer al mundo justo después de hacer algo que nadie, en el transcurso del libro, apostaría que es capaz de hacer: echarse a llorar.




1. De hecho, las similitudes con Bolaño van mucho más allá, ya las busquemos en la forma de tratar la cultura pop, el boxeo o la sexualidad, así como el parecido con Onetti también es sorprendente (sobre todo en lo tocante al periodismo y la fotografía), pero dejaré esto tratado sólo como apostilla porque la novela tiene interés mucho más allá de un nivel comparativo.

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