martes, 15 de abril de 2014

¿Por qué unas jornadas creadas por alumnos? Una carta de Doña Bárbara

  

    De entre los dos únicos candidatos presentados en las elecciones al decanato de la facultad de filosofía y letras en la UAM, ha salido elegido aquel al que habían votado 100 estudiantes de los 500 que habían votado en total. Es decir, si asumimos que un candidato que tan sólo ha recibido el 20% del total de votos efectuados por parte del alumnado universitario ha ganado gracias a los votos de la propia administración interna universitaria (demás profesores y PAS), nos encontramos con un hecho que pone de manifiesto el papel ficticio que tiene el alumnado en la construcción del paradigma universitario. “Sí, sí, vosotros votad, votad, que nosotros vamos a hacer lo que nos de la gana”. No obstante me veo obligada a felicitar a Antonio Gascón por su victoria y desde aquí le deseo mucho trabajo y sufrimiento, porque eso querrá decir que, al menos, está intentando hacerlo bien.

Porque la universidad está muy lejos de ser – y dudo que nunca en la historia lo fuese- un templo de saber y armonía. Ahora quizá se parezca más que nunca a una guardería de veinteañeros muy listos y muy guapos -que para algo son nuestros hijos-, que sirve para que no delincan mientras no trabajan. Pero de esto se enteró mejor el rival de Gascón, que llenó toda la facultad de frasecitas facilonas para comprar votos mediante la chanza.

    Esto no es nada nuevo ni sorprende a nadie, creemos, de hecho es un reflejo claro del funcionamiento de la política en España a casi cualquier nivel hoy por hoy. Nos movemos en el panorama  del avance inexorable que está teniendo la nueva ley de educación, promulgada por el ministro Wert, que apunta al objetivo de crear un filtro universitario marcado por la posición económica de las familias de los alumnos -no nos engañemos, los alumnos seguirán necesitando acudir a las linealmente encarecidas segundas y terceras convocatorias y tan solo se quedarán en la universidad aquellos cuyas madres puedan pagarlas, sin más-. Todo ello sucede de forma inexorable – y aquí invoco su segunda acepción según la RAE: que no se deja vencer con ruegos- a pesar de las numerosas respuestas negativas generadas desde los sindicatos de estudiantes en todas las universidades públicas del país, los profesores, becarios y las plataformas de trabajadores de mantenimiento.

    Muchos de los alumnos y, sobre todo, profesores, denuncian la transformación que han sufrido las carreras desde que, hace cuatro años se empezó a implementar, de manera experimental e incluso aleatoria en algunos casos, el Plan Bolonia en algunas universidades. Este nuevo plan que pretende condensar cinco años de trabajo en cuatro, en el que politólogos y ministros de educación -nunca profesores- deciden qué partes de las carreras hay que “recortar”.

    Este es el plan del que nuestros hijos y sus compañeros han sido cobayas, atendiendo a los más grotescos espectáculos en las aulas, desde los rebotes del eterno adolescente Pablo Jauralde Pou en primero de carrera, su decisión de aprobar a todo el mundo sin que sea necesario hacer nada mś que existir porque ya han ganado los malos – actitud que, personalmente, me recuerda más a una plañidera que a la de un Quijote con esa cantidad casi infinita de lecturas y textos a las espaldas. Aunque fuiste sin lugar a dudas de los que más enseñaste a nuestros cachorritos, Pablo, las mamás nos preguntamos: ¿en qué se hubiesen convertido si les hubieses dado tú, al menos, la mayoría de las clases en lugar de poner a desfilar a tus becarias?-, hasta la inmensa mayoría del claustro que se frotó las manos con la cantidad de trabajo que les iba a ahorrar el plan por horas y los exámenes tipo test. Lo que aquí se denuncia, amén de las pocas ganas de dar clase que tienen algunos profesores, es el hecho de cómo estos se amparan en el caos burocrático de la imposición de un plan que, al parecer, ni ellos ni nuestros hijos querían. No señalamos culpables, pero si se siguen regalando créditos a los estudiantes en lo relativo al trabajo, su único valor real será el monetario.

    En el caso de la filología hispánica, que es lo que estudian nuestros barbaritos, que ahora ostenta el insigne nombre de Grado en Estudios Hispánicos y sus Literaturas -con todas sus mayúsculas y todo-, se ha orientado la carrera a la necesidad de exportar el español como lengua extranjera y a la gestión cultural de nuestro patrimonio literario robado a latinoamérica para suplir las necesidades económicas del país. Dejando de lado el estudio real filológico que ya sólo podemos encontrar en clásicas, aparentemente condenada a desaparecer por su parte. El viento neoliberal que lleva el rumbo de nuestra flota de barcos nos aleja cada vez más de todo conocimiento que no esté orientado a un futuro laboral. Y el futuro laboral se redefine en función a los cambios geopolíticos que operan sobre nuestro económico devenir. En todo este plantel, ese alumno D.D.C. que ama sumergirse en una cultura que ya no existe y de la que somos herencia todo occidente y gran parte de oriente, no tiene cabida en el frenético mundo de la empresa, lo sentimos, eso para las vacaciones.


    Nuestra camada, las ratas de Laboratorios Bolonia, han asistido a situaciones como la sigue: los alumnos van a tener que estudiar, por ejemplo, una asignatura anual llamada Historia del Español -”¿cómo no se va a estudiar historia del español en el Grado de Estudios Hispánicos? Quedaría muy feo, hombre”-, sin tener más que unas nociones básicas de latín que no llegaban al grado exigido por la asignatura para establecer las pautas evolutivas que sufrió la lengua del imperio romano hasta degenerar en este latín mal hablado que hoy enarbola la RAE. Y si de latín hablamos, tengo que decir que toda su formación básica se resume a un cuatrimestre en el que se pretendía enseñar a la vez lengua, cultura y literatura romanas. En el tema de la historia del español, al final, todo se resumía a aprenderse de memoria ciertos leitmotivs sobre unos casos latinos que nos sonaban a chino. Como conclusión me quedo con el hecho de que el latín y el griego no sirven de nada para enseñarle a hablar bien a un sudaca -allí en su país, que Perú está pidiendo muchos universitarios- o enseñar español a un chino para que se traiga aquí su negocio. Total, las clases de lengua de nuestros futuros chavales en los institutos las darán profesores de matemáticas, por lo visto.

    De todo esto deducimos que el poder político que construye la universidad no pertenece a nuestros hijos y los medios de respuesta que tienen para tratar de acceder a él no son válidos, véase votar en elecciones o hacer manifestaciones. Sin ánimo de ser tremendistas y esperando que estos medios encuentren nuevos caminos para que el alumnado y los profesores puedan decidir sobre lo que se hace con la universidad, creemos que es interesante también crear espacios para que el contenido de las asignaturas, -el saber, conocimiento o espíritu si nos ponemos románticos- sí que quede en otras manos. No olvidemos que la política cambia las cosas desde arriba en España, pero los que realmente manejan lo que se aprende en la universidad son los profesores y los alumnos en el día a día, clase a clase. Es por ello que estas criaturitas han tenido la idea de organizar un ciclo de conferencias literarias -que es su pequeño ámbito- entre las universidades UAM, UCM y UGR. Para que los alumnos expongan sus trabajos y se hable de la literatura, es decir, para crear un espacio común donde confluya todo aquello que se ha ido aprendiendo en la universidad y no se pierda en forma de nota en un expediente. Se trata también de abrir un canal de expresión y emisión de discurso para los alumnos orientado a tratar los temas que realmente les interesan.

    Si realmente te interesa lo que estudias más allá de recibir un título, si te preocupa el control que se ejerce hoy desde los ámbitos políticos sobre los diferentes saberes -al menos en humanidades, que es lo que nos toca-, si le otorgas un valor real como forma de conocimiento a tu trabajo en la universidad, te animamos a participar en estas jornadas. No se pretende dar carpetazo a los paradigmas literarios actuales, ni tan siquiera hacer sombra a todos los críticos que llevan años y años de ventaja en materia de estudio; tan sólo generar un espacio para hablarnos y oírnos entre nosotros y saciar así la ignominiosa sed de saber, que por fuerza ha de llevarnos a la tumba.            

    Las madres somos, como bien dice Javier Cansado, perros -o perras más bien-, nuestros cachorros lo son todo. No hemos renunciado a todo el dinero que llevamos invertido, evadiendo deseos y placeres, para que le den un título inservible a nuestros hijos. Ya sabemos que no van a trabajar con él. Queremos que al menos, todo eso que se dice y se murmura entre las paredes de las facultades tenga un valor real. Es decir, que ocupe un lugar en la realidad como discurso, ya sea chico o grande. Porque nuestros cachorros ya no son tan cachorros y han de ejercitar sus garras y dientes jugando con sus compañeros. Esas garras y dientes que librarán sus batallas y traerán el pan de mañana.



Las madres de los e;bés, las que han pagado sus carreras. 


Nota: La imagen es una foto de la estatua de Doña Bárbara, homenaje en Venezuela al personaje de Rómulo Gallegos 

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