miércoles, 25 de diciembre de 2013

[Paul Auster]: [Viajes por el Scriptorium]

Ayer me terminé Brooklyn Follies y hoy he leído Viajes por el Scriptorium. Puede parecer que he estado doce horas leyendo, pero no: Anagrama tiene una curiosísima política de márgenes; si el libro es corto, le ponen seis centímetros de margen y a correr. Parece que uno estuviera leyendo el Cid campeador.

Con todo, me ha gustado bastante más que Brooklyn Follies. A pesar de que sepamos lo que está pasando desde la página veinte. A pesar de la manía de abrir enigmas por capturar la atención (esa técnica donde mejor se cruzan el arte de narrar y el arte de vender, esa técnica de Lost y de Cube), a pesar del fallido intento de crear una atmósfera kafkiana (el protagonista pospone constantemente la comprobación de si la puerta de la estancia está abierta), me ha gustado.

Para quien no lo haya leído: la novela nos cuenta la historia de un anciano que se despierta en una habitación y no recuerda nada. Por si eso no fuese lo bastante original, el texto que estamos leyendo acaba apareciendo dentro de la novela. Fascinante, ¿verdad? ¿Tiene eso ya un nombre, o se lo ponemos?

Y aun así, me gusta.

Para los que ya lo hayan leído: desde casi el inicio nos damos cuenta de lo que ocurre: los personajes de Auster lo han encerrado para juzgarlo por cómo ha dispuesto de sus vidas y por todo lo que les ha hecho. Ciertamente, no sería tan sencillo arribar a esta conclusión si el título de la novela no apuntase claramente hacia ella. A las historias que Auster les ha escrito, sus personajes las llaman misiones. Por si no fuese lo bastante obvio, en la página 154 el techo le parece a Mr. Blank una "hoja en blanco" que le recuerda a su máquina de escribir, y un párrafo en las pp. 149-50 despeja cualquier duda. Me atrevería a afirmar que en esa parte (cerca del final de la novela) Auster comenzó a temer que los lectores no entendiésemos lo que nos quería decir.
[...] hacerle creer que está perdiendo la cabeza, como si quisieran convencerlo de que los seres imaginarios que tiene en la mente se han transformado en fantasmas vivientes, [...]
Los seres imaginarios, claro, son sus personajes. El final, no obstante, es más interesante de lo que puede parecer. Un ojo por ojo. La condena es la siguiente: Auster se transforma en uno de sus personajes. El escritor como víctima de su literatura. El escritor asustado al ver lo que se siente al leer que su destino ya está cifrado sobre el papel.

En fin, una novela ligera de leer e interesante a ratos, a pesar de la historia que nos introduce de forma totalmente arbitraria a mitad de narración, la de Graf, la del hombre que vive en un país imaginario, ya sabéis.

Leyéndola, uno entiende que Brooklyn Follies -una novela tan melosamente optimista- tal vez fue una suerte de redención para Auster.

Munir

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