lunes, 16 de diciembre de 2013

[Mario Levrero]: [París]

París es la segunda novela de la Trilogía involuntaria del uruguayo Mario Levrero. Esto implica, al parecer, que Mondadori se confunde en la cronología de sus ediciones Debolsillo, pero no importa demasiado; la trilogía es, efectivamente, involuntaria.

Intentaré -y no es fácil- referirme a Kafka lo menos posible, ya que las resonancias son mucho más fuertes en La ciudad (primera entrega de la trilogía) y no quiero aburrir a mis lectores. La ciudad, de hecho, fue escrita en días que siguieron a noches en las que el autor leía y releía El castillo, si atendemos a las palabras del propio Levrero. Es, sin embargo, necesario hablar de los carabineros y de su relación con "Ante la Ley". Quien me conozca conocerá mi costumbre de no resumir las obras que reseño, así que espero que se me perdone, pero no veo el sentido a que ustedes lean una nota sobre una novela que aún no han abordado. Diré, eso sí, que en ningún momento a lo largo de la novela se narra que los carabineros maten a nadie, y cuando el protagonista trata de salir del Asilo le disparan, sí, pero nunca le aciertan, al igual que el guardián de "Ante la Ley" promete castigos a los que jamás llegamos a asistir.

A este respecto es interesante observar cómo evoluciona la psicología del personaje. Al comienzo, nos hallamos ante un protagonista que casi nos hace sentir orgullosos por la seguridad que muestra en sí mismo. Cuando el anciano Juan Abal le informa de la prohibición de salir, afirma que él "intentaría salir. Quizá se desconcierten y no atinen a disparar; quizá no tengan interés, realmente, en hacerlo. De todos modos [...] si yo quisiera salir, encontraría la manera de hacerlo" (44). Cuando sale volando de la azotea, vuelve por su propio pie sin temer que le disparen, ya que la lógica le dicta que "no habría inconveniente para entrar" (62). Más tarde, sin embargo, cuando vuelve tras la misa, ya entra temeroso de que le disparen: "Temo que disparen sobre mí, pero trato de mostrarme indiferente" (67). Y ya cerca del final de la novela, leemos: "no pude evitar, sin embargo, un envaramiento bastante evidente de la espalda cuando quedé en la línea de fuego de los mosquetes, al entrar al Asilo" (112). Ésta es, me atrevería a afirmar, la narración de Mario Levrero de cómo el individuo acepta su posición respecto a un poder del que supuestamente forma parte y que realmente no comprende; un poder que parece manar de algo ajeno a sí y cuyas reglas va aceptando de forma paulatina y silenciosa.

Si hablamos de las herramientas que este Poder maneja, las más evidentes son dos: el dinero y el deseo sexual. Baste una cita: "Pero luego recordé que hasta la semana entrante no tendría trabajo, con Marcel, y probablemente debiera andar vagando todos esos días y noches sin tener un lugar, un punto de referencia; incluso, de encontrar a Angeline [...] necesitaría un lugar para acostarme con ella, y sin dinero no sería fácil" (68).

He dicho que el protagonista no entiende su relación con el poder, pero en realidad apenas si entiende algo del mundo que le rodea. Una realidad que se mezcla con los sueños y la memoria indistintamente y donde los otros siempre aparecen como seres extraños e incomprensibles, una forma de ver el mundo que acentúa la sensación de soledad. No es extraño, por eso, que en París (y en todo lo que he leído de Levrero) predomine el yo con tanta fuerza como lo hace en Felisberto Hernández. No es extraño, tampoco, que en los diálogos hallemos la inquietante distancia que también encontramos en Beckett o Arrabal.

En cuanto a la mujer, en la novela aparece como un objeto y como un obstáculo. Como un objeto en tanto la elige en un catálogo y desde ese momento se vuelve poseedor de la misma; en tanto dispone de ella como desea y cuando desea (o eso pretende él) y se la pueden "robar". Como un obstáculo porque ella no le permite volar en el momento en que su destino parece cruzar ante sus ojos (en la azotea, cuando pasa la comitiva de los ángeles) ni tampoco le permite en un principio leer el libro llamado Toda la verdad. También: en ningún momento vuelve a atreverse a despegar porque sabe que ahí tiene una vida tranquila junto a Angeline, después de que compren "las cortinas y los cuadritos".

Tanto La ciudad como París (aún no he leído El lugar) son novelas profundamente dinámicas: el protagonista no para de ir de un lado para otro, como zarandeado por un destino que no comprende y que no lo deja descansar. Es así que cada poco leemos que se encuentra "profundamente cansado", pero no puede parar en ningún momento. Seguramente nos sorprenderíamos si pudiésemos ponerle un cuentakilómetros a los personajes de Levrero.

Antes de hacer una breve crítica a esta excelente novela, me gustaría referirme a un fragmento que me ha parecido curioso. En un momento dado, el protagonista ve una manifestación y se integra a la misma, y leemos "por primera vez sentí la emoción de un espectáculo, de formar parte de un espectáculo y disfrutarlo al mismo tiempo como espectador" (143). Las resonancias de Baudrillard son evidentes. E interesantes.

Para terminar, una pequeña nota negativa. Tal vez sea mi percepción, pero creo que a la novela le sobran unas 20 o 30 páginas, ya que las situaciones extrañas se empiezan a suceder con mayor frecuencia pero menor enjundia desde que comienza el tramo narrativo de Sonia. La resurrección de Gardel en el teatro Odeón (que me recuerda a Camino de ida, de Carlos Salem) parece escrito como con prisa. Cualquier lector avezado entenderá de qué sensación hablo. Tal vez Levrero quisiese extender la novela, o tal vez en esos tramos haya algo que yo no he terminado de captar. No lo sé.

Munir

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