martes, 22 de enero de 2013

Cuentos póstumos

     Hace apenas dos semanas que Esteban Echeverría publicó su primer libro, Cuentos póstumos, y éste ya ha desencadenado las reacciones más variadas por parte de la crítica, en su mayoría negativas y siempre en desacuerdo las unas con las otras. En lo único que parecen coincidir todos los que han decidido hablar del libro es en que el título responde a un juego similar al de los heterónimos. Es decir, que se llama así porque Echeverría crea falsos autores para sus cuentos, como Pessoa con sus poemas pero con la salvedad de que Echeverría está cuerdo y él sabe que no es esos autores. Aparte de en eso no se ponen de acuerdo en nada fuera del linchamiento general que han hecho de este joven y prometedor escritor argentino que, según algunos, desempeña un triste papel intentando imitar con más pena que gloria las voces de otras épocas (Achútegui: 2013).


     Sin embargo, creo que una lectura cabal y coherente de este libro es necesaria para acallar las voces de todos aquellos que, apremiados por la velocidad de las cosas, han decidido escribir acerca de Cuentos póstumos con el único objetivo de llenar sus blogs o columnas sin importarles ni lo más mínimo el contenido de lo que dijesen y mantenerse siempre al día en el mercado del producto más cotizado y más rápido del planeta: la información. Pienso en la Revista Ñ, Página/12 y tantos otros, en Argentina, y en El lector malherido (lectormalherido.wordpress.com), Babelia y otros blogs y suplementos culturales aquí, en España, que han atacado en masa y ciegamente al —permítaseme la licencia, dentro de pocos minutos el lector coincidirá conmigo— genial libro de relatos de Echeverría. Sea como sea, la inmensa fama que ha adquirido en tan poco tiempo —aunque haya sido para mal— me hace imaginar que existe algún dispositivo secreto y poco explorado que trasciende la mera actuación de la publicidad y los mercados y que hace que un buen libro siempre, en cualquier época, llame la atención, aunque en ésta en la que vivimos no haya sido capaz de hallar —hasta ahora— ninguna voz que le conceda el valor o al menos el hueco que se merece.
En realidad, basta un breve destello de interés para investigar el pasado de nuestro autor y descubrir que estudió la carrera de Historia por la Universidad de La Plata, y una pequeña muestra de humildad para pensar que tal vez un licenciado en Historia sepa reconstruir las voces del pasado con mayor acierto del que nosotros podemos tener al juzgar su trabajo. Como se habrá notado, la trayectoria de Echeverría hasta ahora remite inexorablemente a la formación de Ricardo Piglia, y conociendo los antecedentes de éste (me refiero a Nombre Falso) no sería descabellado pensar que tal vez Cuentos póstumos haya sido escrito por él y que Echeverría no sea más que un alter ego de Piglia. Aún no he tenido la oportunidad de corroborar la existencia del hombre, pero en definitiva eso importa bastante poco si pensamos en que estamos hablando de unos textos que desde su concepción están desplazados en el tiempo. Y es que a los argentinos les gustan las simetrías y los leves anacronismos.
     Para concretar —ya que quiero es ésta sea una reseña breve— hablaré únicamente del que me ha parecido el mejor relato del libro, El matadero, que a la vez ha sido el que ha despertado más iras por parte de los críticos, quienes lo han calificado de “farragoso” y “poco verosímil”. En esto último estoy de acuerdo, aunque pensar que eso es un defecto es, creo, no haber entendido una palabra de ese texto que —sin ser posmoderno— presenta rasgos tan evidentes de la posmodernidad. Desde luego, imaginar que El matadero fue escrito en 183... o 184... es un ejercicio fuertemente especulativo condenado a no dar fruto. Hablando claro: entender El matadero como un texto del siglo XIX es una estupidez. Tal vez se pueda ensayar ese desplazamiento con algún otro relato de Cuentos póstumos como puede ser Tierra, que narra la experiencia de un soldado que muere en la batalla de Waterloo o Vida de un santo, que juega a imaginar una verdad terrible en la historia de Fray Bartolomé de las Casas, pero no con éste que nos ocupa. Y para fundamentar esto debo recurrir al artículo “El Matadero, de Esteban Echeverría: Posmodernidad disfrazada de Romanticismo1, publicado por un tal Benno von Archimboldi en el blog español de crítica llamado Los lectores bárbaros (loslectoresbarbaros.blogspot.com.es), quien afirma con un rigor implacable que si El matadero fuese un texto verosímil perdería todo su interés, pues lo que Echeverría pretende en realidad es crear una desautomatización en el lector haciendo que el cuento ponga de manifiesto su condición de simulacro y obligando así al receptor a fijarse en su inmediatez. Citando al tal von Archimboldi:
     Si uno investiga un poco descubre de inmediato que, efectivamente, El matadero de la Convalecencia existió, que Echeverría ha utilizado un lugar real para ubicar su ficción. Por eso, si jugamos a imaginar que el cuento pertenece al siglo XVIII, y teniendo en cuenta que la difusión de los textos de la época no era tan grande como la de hoy y que éste en concreto buscaría —si, repito, hubiese sido escrito en 183...— provocar una reacción en los lectores argentinos, la descripción del matadero sería, obviamente, innecesaria, ya que todos lo conocerían a la perfección. Entonces, esto es un ejercicio de desautomatismo que pretende que el lector se dé cuenta de que realmente a quien le hablan es a él.
     Aparte de este ejemplo, el autor del estudio pone muchos otros que sostienen sus teorías —a las que, más o menos, me adhiero— y consigue demostrar (de una forma, eso sí, un tanto enrevesada) que El matadero es un texto con una complejidad mucho más profunda de lo que aparenta en una primera lectura. Y aunque no quiero dar a entender que yo había captado al vuelo todas sus significaciones, sí que intuí que detrás de ese cuento había mucho más de lo que tenía delante de mis narices, y eso fue lo que me hizo buscar y encontrar el blog de ese tipo que —con permiso— hace un estudio extremadamente detallado y —añadiré— sencillo para aquello a lo que los teóricos posmodernos nos tienen acostumbrados. Claro que él no se considera a sí mismo —creo— posmoderno. Sea como sea, el hecho de que publicase un artículo de un tono tan académico en un blog me parece —además de coherente con las teorías de “descentralización del saber”— síntoma de buena salud en la crítica española. En la joven crítica española, diría incluso, ya que alguien que se apoda Benno von Archimboldi probablemente sea uno de esos nuevos adoradores del cadáver de Bolaño que últimamente aparecen como setas. Pero me estoy desviando. Lo que yo quería decir, resumiendo, es que criticar el tono de Echeverría por su falta de verosimilitud es estar completamente perdido, así que recomiendo un ejercicio de modestia a todos los “entendidos” del mundillo literario hispano que han abierto hasta ahora la boca y que relean El matadero despacito y con cuidado antes de dejarse llevar por el tono agresivo que, aunque ellos se crean que es suyo, en realidad responde al hecho comercial de que hoy lo que vende es el morbo.
     En fin, ésta es sólo una reseña y no me extenderé más. Espero que haya acicateado al lector inquieto para comprar Cuentos póstumos, pues no creo que queden muchos escritores vivos del talento de Echeverría y siempre es un placer contribuir económicamente a un proyecto que nos parece interesante. Eso siempre y cuando el tipo no sea Piglia, claro. Pero bueno, si lo es tampoco estaremos tirando el dinero.
     O tal vez mi labor sea en vano y el joven Esteban Echeverría acabe en el cajón de los escritores argentinos infravalorados junto a Antonio Di Benedetto, Saer (que a mí personalmente me cae mal, pero bueno), Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, César Aira y tantos otros que han quedado apartados del canon, quién sabe si para siempre.
Por ahora, demos un voto de confianza al poder de la red de redes y al tiempo, y esperemos a ver qué pasa.

1. http://loslectoresbarbaros.blogspot.com.es/2013/01/el-matadero-de-esteban-echeverria.html

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