domingo, 23 de octubre de 2011

Yerba mate libre

No me extenderé mucho en contextualizar el libro porque ya hay otra entrada en este blog que habla de él y en que se cuenta que es un texto editado por su propio autor de forma independiente, sólo añadiré que él va vendiendo sus propios libros con una feria ambulante que vaga por la Argentina, la FLIA, de mano en mano. Ahí mismo fue donde yo adquirí Yerba mate libre.

Lo primero que me llamó la atención al principio fue, precisamente, el tono de ciencia ficción con el que se narra lo ocurrido en el libro, y digo el tono porque los acontecimientos, más allá de ser una suerte de ucronía, se desarrollan en un ambiente lo bastante similar al del Buenos Aires actual como para permitir una verosimilitud aceptable. En general, es precisamente esto lo que señalaría como la gran virtud del libro, su forma de poner de relieve la faceta de megápolis de la capital de Argentina, objetivo para el que el autor se vale, principalmente, de la hipérbole continua.

¿Dónde puede un lector encontrar esta hipérbole continua de la que hablo? Para empezar, hay que tener en cuenta que todo el libro es un enorme símil con la marihuana para criticar la prohibición de ésta, y el resto de críticas sociales son una especie de epifenómenos que vienen aparejados a este símil. Bien, en el paralelismo con la marihuana, ya hay hipérbole, exageración constante. Por ejemplo, los materiales usados para preparar mate se llevan de forma clandestina en collares y pulseras, cosa que no trasunta la realidad, pues cualquier fumador de maría lleva su papel —seda—, su picador —grinder— y cualesquiera otros enseres que necesite encima sin necesidad de ocultarlos mediante los extravagantes mecanismos con los que en el libro se ocultan las bombillas, mates, etc. Esto principalmente, pero más allá también encontramos este mecanismo que, como digo, atraviesa el libro y lo vertebra, en toda la crítica social que rodea a su historia, en orden creciente de absurdo. Al principio lo narrado "se puede tragar", registros policiales desmesurados, violencia extrema en las calles, secado de la hierba innumerables veces para su reutilización... y más tarde la cosa va in crescendo hasta llegar a un punto en que subir al Subte —Metro— es una batalla abierta y en los campos de fútbol los jugadores se sientan en las gradas a ver cómo sus aficiones se matan —literalmente. Esto ya es bastante exagerado, y he podido contrastar con otros lectores mi opinión de que en este momento a Pósfay "se le va de las manos" su propio método, pues nos arranca de la verosimilitud; sin embargo en general, como ya he dicho, la hipérbole constante logra su objetivo de forma sorprendente, combinándose a veces para ello con la sensación de huida constante, las reuniones en tugurios, etc., que dan una sensación de agobio y de apremio bastante fuerte.

Principalmente lo que quería era poner de manifiesto lo anterior, pero poniéndome un poco más crítico también encuentro varios fallos en el libro. Primero, creo que tiene una carga de adoctrinamiento demasiado fuerte, o demasiado fuerte para mi gusto, en un sentido pachamámico, como se dice a veces, esto es, al libro en ciertos momentos se le ven las plumas, cosa que como lector detesto, pues para mí un escritor debe limitarse a narrar, a mostrar, o si pretende enseñar algo, jamás el lector debe percatarse de ello, de forma que se sugiera más que decir. En este libro no se sugiere. A veces ocurre lo contrario incluso, que es una suerte de manual programático de cómo vivir que insta a dejar la ciudad e ir a hacerse uno con la naturaleza. Se me puede acusar, por lo que digo, de mentalidad europeizante o cualquier estupidez del estilo. Nada más lejos, o tal vez sea cierto, pero ésa no es la cuestión. La doctrina me parece una mancha en literatura ya sea ésta del corte de la que hallamos en este libro o todo lo contrario, es más, en lo personal estoy de acuerdo con más de una y más de dos de las cosas que se dicen en el libro, con lo que espero que quede claro que no importa qué doctrina se predique, lo que no me gusta es que se predique.

Por otra parte, me han molestado mucho los errores tipográficos, no los ortográficos, ojo, considero que la ortografía es importante en ciertos aspectos pero me parece que en literatura no hay nada de malo en poner de manifiesto su carácter arbitrario, lo cual además es coherente con la estética y la filosofía del libro. A lo que me refiero es a que a veces se nota claramente que hay errores, y graves. Por ejemplo, en ocasiones hay párrafos repetidos dos veces con leves diferencias entre uno y otro, es decir, se nota que el autor los corrigió y luego se le olvidó borrarlos. Y esto es sólo un ejemplo. En general, aparte de romper el ritmo de la lectura, estos errores dan la impresión de que el autor no se ha molestado siquiera en leer su libro antes de imprimirlo. Además, las páginas están torcidas y la numeración cortada por la mitad, pero esto, muy lejos de molestar, le da encanto al libro y nos recuerda que es autoeditado.

Para terminar, resaltaré algo que es pura opinión —como todo en el fondo—, y es que el estilo apocalíptico se combina muchas veces con una lírica coja, torpe y mal llevada que lo máximo que consigue es hacerle a uno bostezar, hundir al lector en un terreno farragoso y aburrido del que desea salir, máxime cuando el resto del libro es tan entretenido.

Con todo, como valoración general lo recomendaría sin dudarlo, porque cuenta una buena historia, porque excepto en las partes a las que me he referido tiene una prosa muy amena y, sobre todo, por su originalidad.

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