jueves, 8 de diciembre de 2011

Zama

Voy a ser breve porque la novela es breve y porque poco es lo que se puede decir de ella que no diga ella misma con su silencio. En Zama la estructura es plana, sencilla, entregada. La voz es un monólogo interior en primera persona, lo más fácil, lo que todo escritor novel empieza por ensayar. No hay metaficción en Zama. Sólo hay espera. El personaje espera, el lector espera. ¿Qué espera el personaje? Un traslado. ¿Y el lector? El lector espera saber por qué, por qué di Benedetto se ha ubicado en el siglo XVIII para contarnos una historia humana que podría pertenecer a cualquier otro momento, por qué ese extraño lenguaje del que Juan José Saer dice que es el de los Siglos de Oro, opinión de la que yo, por cierto, discrepo radicalmente: el lenguaje de Zama está mucho más actualizado que el de los siglos XVI y XVII. El lector, en general, espera averiguar qué demonios motivó a di Benedetto a dedicar su tiempo y su esfuerzo a una labor tan extraña, tan arbitraria. También: quiere saber por qué sigue leyendo, por qué le interesa tanto de forma tan sutil, sin apasionarle, por qué esa novela pide espera, pide expectativa constante, por qué la logra.

Podría hablar de ciertos paralelismos con el Martín Fierro o de la vida de di Benedetto, las entrevistas que he leído, y relacionarlo todo con Zama, pero no merecería la pena.

En general, Zama me parece una obra maestra. Triste, claro, como Los Suicidas, pero mucho más sutil, mucho más rítmica. La cuestión es que no sé por qué me gusta tanto, y eso hace que me guste el doble. En fin, di Benedetto es un claro ejemplo de que un escritor genial puede ser ignorado al igual que tantos otros lo son de lo contrario.

Dijo Vicente Huidobro al poeta: no cantes a la rosa, hazla florecer en el poema. Un corolario posible es no hables del amor, que se enamoren de tu poema. Otro: no hables de la espera, haz que el lector la viva. Muchas más sentencias cumple Zama, objeto nuevo floreciendo sobre uno que, para ella, es algo antiguo: la literatura.

Vuelvo al principio: todas las claves de Zama están en Zama, en su silencio, en su ausencia de claves. A quien quiera disfrutarla, devorarla, le recomiendo leerla; nada más.

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