martes, 25 de octubre de 2011

Las ciudades invisibles

Poco hay que decir de nada en realidad. Lo que verdaderamente te acerca al conocimiento es comprender, y no todos los rudimentos que usamos para ello son las palabras. A veces, de la manera más insospechada, el conocimiento surge de actividades aparentemente carentes de todo interés o significado. Subir y bajar 108 veces de una silla cada día puede llegar a tener consecuencias inesperadas. Ello recuerda, en ciertos aspectos, a las extrañas tareas que se llevan a cabo en algunos templos budistas. Se sabe además que una parte importante del conocimiento del maestro es transmitido mediante aforismos cuyo significado ha de ser desengranado por el discípulo. Imagina uno todo tipo de deformaciones y repeticiones en la cabeza del alumno, puede durar hasta años. Pero son todos esos años los que te hacen llegar a la esencia del significado, si ello es necesario.

Algo así ocurre con esta obra de Calvino. Durante años estuvo rondando una idea. Su cabeza, al igual que un mantra, la repite una y otra vez y le hace verla deformada por la realidad sobre la que la plasma. Y así lo muestra en su libro, bajo un macabro disfraz urdido para enloquecer a los impacientes y voraces críticos, quién sabe si habiendo encontrado él mismo su significado.

Hay que empezar por el principio.

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