lunes, 29 de agosto de 2011

Los siete locos

Los siete locos es un libro escrito por Roberto Arlt y publicado por primera vez en 1929. En el transcurso de estos 82 años la novela se ha convertido en una suerte de objeto de culto en la Argentina, habiendo restaurantes, bares, librerías, un programa de televisión, una película... que exhiben su nombre o alusiones al mismo, lo cual no deja de ser, a mi ver, soprendente.

La novela es muy inferior en muchísimos aspectos a muchas otras producciones de la literatura argentina y, en general, universal. Por supuesto, hay que compararla con otras obras argentinas, ya que es en este país donde se ha convertido en un símbolo de la envergadura de, por ejemplo, El eternauta. Si en el siglo XIX los argentinos pudieron encontrar una identificación en la figura de Martín Fierro, debido a su calidad de habitante de un interregno etnológico y político, a la vez que les brindaba una interesante reflexión sobre su destino, en el siglo XX, ya alienados por la metrópoli como el resto de pueblos desarrollados, la nueva figura debe ser un hombre aplastado por el aparato global y masivo por el que todos nos hemos sentido oprimidos. Por supuesto, esto no es una tara de la novela, más cuando no pretendo analizarla desde un punto de vista filosófico, pero la idea de un personaje profundamente metafísico oprimido por la sociedad moderna, con ligeras variaciones, claro está, ya la encontramos en De sobremesa, de José Asunción Silva, reescrito en 1896, es decir, 33 años antes (aunque en realidad el libro se escribió varios años antes incluso). Claro que se podría aducir que José Fernández es un dandy, y Erdosain sólo un fracasado, pero en general son similares en el sentido de que ambos son intelectuales alienados e incapacitados para la vida. El tema recurrente del suicidio es otra similitud, pero donde más claramente veo que estas dos obras se identifican es en la construcción de una utopía, un intento desesperado por huir del drama existencial a través de la orientación de la masa, masa que, claro, consideran ínfima y a la vez envidian. Por supuesto que en la obra de Arlt esta construcción de la utopía tiene mucho más peso que en De sobremesa, y además Los siete locos comienza con la pérdida de la amada, que no deja de ser un pivote, igual que Helena, aunque ésta es más bien como la zanahoria que se pone ante la nariz del asno en De sobremesa.

No pretendo, claro, entender Los siete locos como un plagio de De sobremesa, sino que lo que busco es poner de manifiesto la falta de originalidad de los temas que trata, ya que el existencialismo combinado con la desesperación, el malditismo, por decirlo de alguna manera, es un tema más que manido por el hombre de ciudad de nuestros tiempos.

Por otra parte, la sensación de ausencia de uno mismo, la automatización de las atrocidades que el ser humano puede cometer, son tópicos que se han tratado miles de veces y, en mi opinión, con más acierto. Si algo hay de atinado en este libro es el símbolo de la rosa de cobre que, aun siendo una metáfora, al menos es original y expresa bien de algún modo cómo la ciencia ha construido un objeto inútil, sin belleza, y completamente ignorado por la mecánica social en general.

Si tuviese que señalar un error que desvirtúe él sólo el libro, indicaría el monólogo interior, necesario en cualquier obra explícitamente existencialista, pero farragoso y carente de novedad en esta novela.

En fin, Los siete locos ha sido, para mí, una curiosa forma de tirar 14 pesos. Por cierto, si alguien pretende leerla, yo sería partidario de incendiar todos los ejemplares del Centro Editor de Cultura; es una de las peores ediciones que he visto en mi vida, capaz de desvirtuar una obra mediante una maquetación pésima, cientos de errores ortográficos, etcétera, etcétera. En cuanto a su promoción a novela de culto, es más comprensible en tanto el personaje es un hombre de la calle, un individuo zarandeado por las vicisitudes de la urbe que en cierto modo encaja con la idea populista y comprometida de la literatura que tienen muchos acá en la Argentina y que tanto ha servido al éxito de autores como Eduardo Galeano, haciendo a su vez que maestros como Borges sean más denostados acá en su patria que en cualquier otro lugar del mundo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario