martes, 30 de agosto de 2011

El perseguidor

Hoy he leído un relato que me ha dejado realmente sorprendido. Un relato tan bueno o tan extraño que ni siquiera lo voy a intentar interpretar o abordar desde los mecanismos clásicos de la crítica o la filología. Sin embargo, un relato goloso, un relato que pide miles de millones de interpretaciones para sí, pues habla de lo que hay "un poco más allá", de una sensación de atemporalidad, de vida, y de la capacidad de la música para producirla. Por supuesto, en tanto literatura, el texto no necesita decirnos que la literatura también puede producir eso, y así lo plantea como duda: ¿es el texto el saxo dentro del texto? Ésa es exactamente la pregunta que hace imposible un análisis definitivo. Es un relato plagado de millares de ventanitas entrecerradas que nos dejan asomarnos pero sólo un poquito, sólo para atisbar, y ya vale, de vuelta adentro de la burbuja. En fin, un cuento que te saca del tiempo o, como diría su protagonista, que te mete en él.

El cuento -de Cortázar, por cierto- nos habla de la historia de un músico, Johnny Carter (trasunto de Charlie Parker, cuya música este texto me ha hecho rescatar del fondo de la memoria) narrada desde el punto de vista de su principal crítico, un hombre con prestigio que parece ser el único con quien Johnny comparte sus pasiones más hondas, en general referidas al tiempo. Para Carter hay un tiempo, el que nosotros nos empeñamos en medir en horas, en días, y otro que es el que puede atisbar cuando toca o cuando viaja en metro y que es el que busca constantemente, pues él afirma que podríamos vivir cientos de años si lo conociésemos; claramente, el tiempo de la irracionalidad, la percepción de meseta infinitamente extensa que nos proporcionaría el no reflexionar sobre todo lo que hacemos. No obstante, claro, reflexionamos, y ¿qué mejor ejemplo para utilizar como símbolo de la reflexión que un crítico? En mi opinión, y es la única lectura que daré, el crítico es un Cortázar que ve desde fuera el arte verdadero y, en cierto modo, también simboliza la literatura ante la música, el sistema sin lenguaje capaz de transportarnos fuera, o mejor dicho, dentro del tiempo. Más cuando, para mí, la estructura de El perseguidor se asemeja a una obra musical, hasta donde yo he podido percibir, en el ritmo con el que cautiva y en la longitud de los párrafos, muy cambiante a lo largo de todo el relato.

Por supuesto, no ha faltado quien tratase de asir el relato desde un punto de vista menos clásico, y no lo culpo, pues la estructura huidiza, jazzística del mismo hace que den ganas de atraparlo, más cuando el protagonista es un ser tan zarandeado por infinitas pasiones que parecen no tener explicación. Como ejemplo, he leído una especie de crítica basada en el texto Mil Mesetas, que busca hacer un símil entre el cuento y el libro de Deleuze y Guattari, pero que se queda en la búsqueda forzada del isomorfismo, teniendo sólo al final un destello de acierto cuando habla del tiempo en la obra cosa que, claro, podría haber hecho sin la necesidad de recurrir a Capitalismo y esquizofrenia, pero estando esto tan de moda en estos últimos tiempos, ya se sabe... pocos se resisten.

En fin, el cuento es una bellísima reflexión sobre temas más que tratados, pero conjugándolos con la música de un modo excepcional, y eligiendo para acarrearlos a los personajes perfectos: un músico de jazz para la locura y la genialidad, un crítico para la razón pura que a lo largo de todo el relato, como su propio nombre indica, se ve perseguido por el genio, por lo irracional, en general por la verdad y sigue huyendo y huyendo pero sin poder evitar contaminarse y que todo tipo de pensamientos desconocidos la asalten sin previo aviso cuando para un instante para reflexionar en la cama, en el trabajo, en el hospital...

Por cierto, que no deja de ser representativa la importancia que se le da a la biografía de Carter y, más concretamente, la insistencia en llamarla el libro. Así, a mi modo de ver, el cuento es un canto desesperado por esa atemporalidad o transtemporalidad que la música a veces alcanza y que la literatura, como sistema condenado al simbolismo, jamás logrará tener, reflejado en el intento vano de atrapar la vida del músico entre las hojas de un libro, y es importante recordar lo que Carter pone como pega cuando aduce que el libro está bien, muy bien, pero no recoge como es él... qué es esta reflexión sino una forma de decirle al escritor: "tú, tú sabes lo que hay más allá... ¿por qué no eres capaz de plasmarlo?"

Sea como sea, prometí no hacer crítica sobre este relato, así que dejo lo arriba expuesto como mi humilde forma de leerlo: que no os prive a los demás de hacerlo y encontrar en él la ventana que más sea capaz de mostraros; mucha suerte.

lunes, 29 de agosto de 2011

Los siete locos

Los siete locos es un libro escrito por Roberto Arlt y publicado por primera vez en 1929. En el transcurso de estos 82 años la novela se ha convertido en una suerte de objeto de culto en la Argentina, habiendo restaurantes, bares, librerías, un programa de televisión, una película... que exhiben su nombre o alusiones al mismo, lo cual no deja de ser, a mi ver, soprendente.

La novela es muy inferior en muchísimos aspectos a muchas otras producciones de la literatura argentina y, en general, universal. Por supuesto, hay que compararla con otras obras argentinas, ya que es en este país donde se ha convertido en un símbolo de la envergadura de, por ejemplo, El eternauta. Si en el siglo XIX los argentinos pudieron encontrar una identificación en la figura de Martín Fierro, debido a su calidad de habitante de un interregno etnológico y político, a la vez que les brindaba una interesante reflexión sobre su destino, en el siglo XX, ya alienados por la metrópoli como el resto de pueblos desarrollados, la nueva figura debe ser un hombre aplastado por el aparato global y masivo por el que todos nos hemos sentido oprimidos. Por supuesto, esto no es una tara de la novela, más cuando no pretendo analizarla desde un punto de vista filosófico, pero la idea de un personaje profundamente metafísico oprimido por la sociedad moderna, con ligeras variaciones, claro está, ya la encontramos en De sobremesa, de José Asunción Silva, reescrito en 1896, es decir, 33 años antes (aunque en realidad el libro se escribió varios años antes incluso). Claro que se podría aducir que José Fernández es un dandy, y Erdosain sólo un fracasado, pero en general son similares en el sentido de que ambos son intelectuales alienados e incapacitados para la vida. El tema recurrente del suicidio es otra similitud, pero donde más claramente veo que estas dos obras se identifican es en la construcción de una utopía, un intento desesperado por huir del drama existencial a través de la orientación de la masa, masa que, claro, consideran ínfima y a la vez envidian. Por supuesto que en la obra de Arlt esta construcción de la utopía tiene mucho más peso que en De sobremesa, y además Los siete locos comienza con la pérdida de la amada, que no deja de ser un pivote, igual que Helena, aunque ésta es más bien como la zanahoria que se pone ante la nariz del asno en De sobremesa.

No pretendo, claro, entender Los siete locos como un plagio de De sobremesa, sino que lo que busco es poner de manifiesto la falta de originalidad de los temas que trata, ya que el existencialismo combinado con la desesperación, el malditismo, por decirlo de alguna manera, es un tema más que manido por el hombre de ciudad de nuestros tiempos.

Por otra parte, la sensación de ausencia de uno mismo, la automatización de las atrocidades que el ser humano puede cometer, son tópicos que se han tratado miles de veces y, en mi opinión, con más acierto. Si algo hay de atinado en este libro es el símbolo de la rosa de cobre que, aun siendo una metáfora, al menos es original y expresa bien de algún modo cómo la ciencia ha construido un objeto inútil, sin belleza, y completamente ignorado por la mecánica social en general.

Si tuviese que señalar un error que desvirtúe él sólo el libro, indicaría el monólogo interior, necesario en cualquier obra explícitamente existencialista, pero farragoso y carente de novedad en esta novela.

En fin, Los siete locos ha sido, para mí, una curiosa forma de tirar 14 pesos. Por cierto, si alguien pretende leerla, yo sería partidario de incendiar todos los ejemplares del Centro Editor de Cultura; es una de las peores ediciones que he visto en mi vida, capaz de desvirtuar una obra mediante una maquetación pésima, cientos de errores ortográficos, etcétera, etcétera. En cuanto a su promoción a novela de culto, es más comprensible en tanto el personaje es un hombre de la calle, un individuo zarandeado por las vicisitudes de la urbe que en cierto modo encaja con la idea populista y comprometida de la literatura que tienen muchos acá en la Argentina y que tanto ha servido al éxito de autores como Eduardo Galeano, haciendo a su vez que maestros como Borges sean más denostados acá en su patria que en cualquier otro lugar del mundo.